Divino discurso de Swami: «Yo soy Shiva (Shivoham)»

Sathyam Shivam Sundaram (verdad, bondad y belleza)

El ananda, o bienaventuranza pura, es la verdadera naturaleza del hombre. Desgraciadamente, el hombre, en su ignorancia y perversidad, dedica toda su capacidad, sus recursos y su tiempo a adquirir ananda por medio de sus sentidos dirigidos al exterior, y no se ocupa de descubrirla usando el intelecto y la intuición para indagar en su interior. Lo que logra con su lucha y su búsqueda es, cuando mucho, una seudoananda, una fugaz pizca de placer, una imagen indistinta visible en un espejo opacado. No es la sempiterna bienaventuranza del Atma o Ser Eterno, que es inacabable a pesar de los golpes de la fortuna, el éxtasis que está más allá incluso de la imaginación. El deleite que se recibe del mundo objetivo debe ser continuamente renovado y realimentado, pues se desvanece muy rápido. Por lo tanto, el hombre se vuelve siervo del deseo, que presenta ante él una interminable serie de objetos.

El hombre es, en verdad, el Atma mismo, que está más allá de los límites de su mente. El Atma no tiene principio ni fin. La mente, los sentidos y el cuerpo sufren la declinación en todo momento y, finalmente, se desintegran y mueren. El hombre deposita su fe en los instrumentos de exploración y en las experiencias superficiales y así se priva de la suprema bienaventuranza inherente al Atma.

Como el sol oculto por las nubes, las brasas cubiertas de ceniza, la retina velada por las cataratas, el espejo de agua oscurecido por el musgo, la conciencia del hombre está recubierta por una espesa capa de gustos y aversiones; ¿cómo puede, entonces, el esplendor del Atma brillar a través de ello?

El tesoro bien guardado El cuerpo del hombre es un receptáculo diseñado para guardar cuidadosamente un precioso tesoro. Las leyendas sostienen que las cobras custodian tesoros escondidos. El nombre de la cobra que impide el acceso al inapreciable tesoro escondido en el hombre es el aham, la fascinación por él mismo y por sus pertenencias. A fin de alcanzar y recuperar el tesoro de la bienaventuranza, el hombre debe primero destruir la serpiente del egoísmo (ahamkara).

El río es una parte, una porción del mar; llega a su culminación cuando regresa al mar y se funde en su fuente. Los peces son de agua. Viven en el agua y mueren cuando son privados de ella. El bebé es una parte de la madre. No puede sobrevivir separado de la madre. La rama es una parte del árbol. Si uno la corta, se seca y muere. El hombre es una parte (amsa) de Dios. Él tampoco puede sobrevivir sin Dios. Vive gracias al anhelo de conocer a Dios, su fuente. En el Bhagavad Gita, el Señor declara: “Todas las cosas vivientes son partes (amsas) de Mí. Estoy en ellas como el Eterno Atma” (Gita 15-7).
El hombre vive para un propósito elevado, no para someterse, como la bestia, a cada exigencia de su instinto e impulsos. Debe plantarse como el amo, no reptar como un esclavo. Tiene el derecho a proclamar “Yo soy Shiva” (Shivoham), “Soy Achyuta” (“Soy la irreducible plenitud”), “Soy Ananda” (“Soy la bienaventuranza”).

Tan pronto como toma conciencia de su realidad, las cadenas que lo atan, así sean de hierro o de oro, caen, y el hombre alcanza la liberación o moksha.

Dos entidades: lo “visto” y el “veedor” La bienaventuranza divina está por todas partes, a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Es la bienaventuranza la que nos sostiene y soporta, pero esta verdad está oculta tras el mezquino egoísmo que nos empuja al mar de las tempestades, a fin de recoger en la otra ribera las cosas que aparentemente dan la bienaventuranza inherente a ellas. El hombre envuelve el objeto con una capa de la bienaventuranza que tiene dentro de sí, pero, mientras lo embebe, se imagina que el objeto mismo le puede conferir bienaventuranza.
En verdad, es su propia bienaventuranza la que él está recibiendo de vuelta. Después de un período de sueño profundo, el hombre declara que tuvo una bienaventuranza ininterrumpida.

La mente y los sentidos, hasta la facultad de razonar, no tuvieron ningún contacto con objeto alguno, ni recibieron ningún impacto de los objetos. Así que la bienaventuranza, durante el sueño, derivó de adentro de su propia realidad.

Hay solo dos entidades: lo visto (drsya) y el veedor (drk). El veedor es el Atma, lo visto es la creación. El veedor está consciente; lo visto o lo que se ve es inerte. Mientras el hombre esté inmerso en lo inerte y niegue al Veedor, Testigo o Atma, no podrá escapar de la aflicción y la desesperación. La carnada en el anzuelo colgado en el extremo de la caña de pescar atrae la atención del pez y lo tienta, y el pez es atrapado y tiene que renunciar a la vida. El hombre que cede al deseo por los placeres de los sentidos tiene que sufrir el mismo destino. Los rishis sabían que lo “visto” no puede durar ni brindar felicidad duradera. Renunciaron a los deseos más bajos y a las comodidades transitorias. Para ellos la renunciación fue el verdadero yoga, el verdadero sendero para fundirse con lo Divino.

Los tres niveles de espacio en el hombre

Hay tres niveles de espacio (akasha) en el hombre, de los cuales dos son lo visto y el tercero es el veedor. El primero comprende la tierra, el sistema solar y los miles de millones de fenómenos celestiales, e incluye estrellas cuya luz, aunque ya emanó, no ha llegado aún a este planeta. A este espacio físico se lo llama bhuta akasha o espacio terreno. El segundo nivel subsume al primero y lo retiene en una forma miniaturizada. Comprende el área conocida e imaginada por la mente y, por lo tanto, es llamado espacio mental (chitta akasha). Aun esta área es un puntito cuando se la compara con el espacio o akasha abarcado por el Atma, que se llama espacio de la Conciencia cósmica o chid akasha. Los otros dos espacios no son sino diminutos fragmentos del veedor, el Atma, Brahmán. El ser humano emprende este viaje hacia la bienaventuranza (ananda) que el chidakasha puede ofrecer como su preciosa prerrogativa. El viaje no lleva hacia afuera; tiene que ser hacia adentro, hacia la propia Realidad. El venado almizclero corre frenéticamente en círculos, en busca de la fuente de la fragancia que lo ha fascinado. ¡Cuando finalmente está demasiado agotado para continuar, descubre que la fuente ha estado dentro de él todo el tiempo! Así también el hombre espera recibir bienaventuranza de una carrera, un trabajo, un comercio o negocio, o de sus cultivos, y cree que la satisfacción que deriva de ello valió la pena. Sin embargo, él podría llegar rápidamente a la bienaventuranza duradera si convirtiera su carrera en una práctica espiritual; su negocio se transformaría en una calmada serenidad, y su interés en la agricultura estaría sublimado al cultivar con devoción el bien arado y desbrozado campo de la mente. Hasta las personas inteligentes son tentadas por el placer que el esfuerzo externo puede dar, más que por la divina bienaventuranza que la búsqueda interna puede ofrecer.

El papel de la intuición

Los sabios que declararon la unicidad de esta bienaventuranza anhelaban descubrir su Realidad e identificar esa Realidad con la Realidad que proyecta, protege y absorbe el cosmos; es decir, sumergir su Verdad en la Verdad de las Verdades. Esto puede suceder solo con un estado de total conciencia (prajñana), no mediante la lógica o la razón. La declaración védica “Prajñanam Brahma” (“Dios es la conciencia integrada constante”) apoya esta conclusión.

Cuando un hombre ha vislumbrado esta Verdad, puede experimentar a Dios en cada cosa y en cada persona. “Por doquier están Sus manos, Sus pies, Sus ojos, Su cabeza y Su rostro”, dice el Gita (13:14) acerca de Él. Los investigadores no visualizan a Dios en todo lo que estudian; ven lo aparente, no lo genuino; por eso se extravían en el reino de la multiplicidad, en vez de dirigirse a la región de la Luz, que lo abarca todo.

La paz no podrá prevalecer en el individuo y en la sociedad hasta que aquel cultive la fe en la unidad de la humanidad, a pesar de las aparentes diferencias. Hay que renunciar a todo pensamiento diferenciador y obtener deleite de la visión del Uno, en lo más diminuto y lo más enorme de la gloria de Dios. Esto es el verdadero desapego o vairagya.

La gente se queja de la aflicción, el dolor y la desesperación.

¿Qué es, en verdad, la aflicción? Es una reacción ante la pérdida de algo ganado o la imposibilidad de lograr algo que se desea. Por lo tanto, la única manera de escapar al dolor, a la aflicción, es eliminar el deseo de lo ilusorio. Vean al mundo como Dios (Brahmamayam).

Esa visión apagará el deseo. Cuando el deseo está limitado a Dios y concentrado en Él, el éxito está asegurado y cada paso contribuye a su bienaventuranza. Las gopis de Brindavan sabían esto y anhelaban al Señor con exclusión de todo lo demás. El amor puro absoluto lo expresaban en acciones altruistas. Eran sencillas pastoras rurales, que no conocían las escrituras ni los ejercicios espirituales.

Una indeclinable fe en Krishna las proveyó de toda la inspiración e instrucción que necesitaban. Como Krishna le dijo a Arjuna: “Cuando uno tiene fe, adquiere sabiduría espiritual” (4:39).

Dos sadhanas importantes

Durante esta era de profunda declinación moral (Kali Yuga), dos disciplinas espirituales se destacan: Namam y Danam. Namam significa “el nombre del Señor”. Debe activar cada pensamiento, palabra y acción y hacer que se llenen de amor. Ciertamente puede llevar al hombre a la visión del portador del nombre. El nombre, el sonido, es el material que puede revelar lo inmaterial, lo inerte (jada), que es la puerta de la conciencia (chaitanya), engarzada en ella. Este es el propósito de la práctica espiritual: reconocer a ambos, al campo (kshetra) y al maestro y manipulador del campo (kshetrajña) como el Señor.

Danam, la segunda práctica, significa “dar, cuidar y compartir”.

El don de alimento a los hambrientos proporciona contento inmediato y alivia los dolores del hambre. El “alimento es divino” (“annam Brahma”), dice el Upanishad. Las dádivas deben entregarse sin que se infle el ego del que da ni se desinfle el del receptor. Deben ser ofrecidas con comprensión, humildad y amor.

El amor es una cualidad esencial para propiciar la Divinidad. La gente puede argumentar que los rituales llevados a cabo meticulosamente son efectivos para lograr idéntico fin. Pero las escrituras mismas anuncian que la adoración ritual y los ritos pueden, cuando mucho, contribuir solo a la purificación de la propia mente y corazón.

O, como dice la promesa, los ritos pueden elevar a la persona al Cielo, aunque uno puede estar allí sólo mientras duren sus méritos. Luego tiene que volver a la tierra tan pronto como la cantidad de mérito se haya agotado por el uso.

Tres males y tres remedios

El amor es el medio más directo para alcanzar a Dios. Se debe amar a todos sin distinción, pues el Señor reside en cada uno y Él es la encarnación del amor. Hay tres obstáculos que impiden el libre flujo del amor del hombre a Dios. Son los antiguos enemigos del hombre: el deseo, la ira y la codicia. Afortunadamente, los ancianos de la India crearon tres textos sagrados que, cuando son asimilados, pueden preparar al hombre para confrontar y conquistar estos arteros enemigos. Los texos son: el Ramayana, el Mahabharata y el Bhagavata. El ejemplo de Ravana es una advertencia para todos los que tienen un deseo y permiten que este se vulgarice en lujuria. Una chispa de lujuria, si no se elimina, seguramente se transformará en una calamitosa llamarada. La mala acción de Ravana destruyó a todo su clan y redujo su capital a un montón de cenizas. El Bhagavata contiene muchas lecciones para instruir al hombre acerca de las malas consecuencias de la ira y de su raíz, el odio.

Los hermanos Hiranyaksha e Hiranyakashipu estaban enojados hasta con el mismo Dios. Mediante prácticas rigurosas, Hiranyakashipu había establecido su dominio, como lo han hecho los científicos modernos, sobre los elementos. Podía trasladarse por la hidrosfera como un pez; por la atmósfera, como un pájaro, pero negaba a Dios, quien había creado los elementos y existía dentro de cada cosa y también fuera de ellas. ¿Qué beneficio pueden merecer los poderes y las habilidades ante la insolencia y la ingratitud? Hiranyakashipu creía que él había eliminado a Dios. Estallaba de ira cuando su propio hijito se atrevía a alabar a Dios. La ira se convirtió en furia ciega, y acumuló inconmensurable miseria sobre su cabeza.

La epopeya del Mahabharata describe el desastre que puede acarrear la codicia. Duryodhana era tan codicioso que no estaba dispuesto a permitir que otros –ni siquiera los que tenían el derecho legal– poseyeran los bienes de los que él se había apropiado.

Aquel que guarda como suyo lo que no es estrictamente de su propiedad, merece llamarse “ladrón”. Él era tan codicioso que se rehusó a ceder ni siquiera un ápice de tierra a sus cinco primos Pandavas, aunque tenían el derecho legal sobre una vasta y floreciente región. Naturalmente, su codicia lo destruyó a él, a su clan y a sus súbditos. Los tres textos mencionados pueden usarse para curar las tres enfermedades mentales que impiden el crecimiento del amor.

La noche de la bondad y de la santidad

Hoy es Shivaratri, la noche (ratri) de Shivam (bondad, santidad y buena fortuna). Es una noche auspiciosa, porque la mente puede ser obligada a perder el control sobre el hombre si se dedica la velada a la oración. La luna es la deidad que preside la mente, de acuerdo con las escrituras. La mente se compara con la luna como los ojos con el Sol. Shivaratri está prescripta para la decimocuarta noche de la mitad oscura del mes, la noche anterior a la Luna nueva, cuando la luna está totalmente oscurecida. Todos los meses, en esa noche, la luna y la mente, que la primera gobierna, quedan drásticamente reducidas. Si esa noche se dedica a la vigilante adoración de Dios, el resto de la díscola mente está dominado y se asegura la victoria. Este mes, Shivaratri es más sagrado que en los otros meses y, por eso, se llama Mahashivaratri o la Gran Noche de Shiva.

Con fe firme y un corazón limpio, la noche debe pasarse glorificando a Dios. No hay que desperdiciar ningún momento en otros pensamientos. El tiempo se escapa raudo. Como un bloque de hielo, se derrite rápidamente, fluye como el agua que sale de una vasija agrietada y va desapareciendo gota a gota. El tiempo asignado para nuestra propia vida se va agotando y termina en algún momento y de alguna forma. Por eso, vigilen. Estén alertas y conscientes.

Busquen el abrigo del Señor y conviertan cada momento en una celebración sagrada.

Bhagawan Sri Sathya Sai Baba (Prashanti Nilayam, 26/feb/1987)

OM SRI SAI RAM